CUANDO LA RAZÓN DE LA FUERZA VENCE A LA FUERZA DE LA RAZÓN

El precio que puede llegar a pagarse, políticamente hablando, por un erróneo movimiento de ficha, es a veces enorme.
Pero eso tampoco es siempre así. A veces lo que ocurre, paradójicamente, es que el causante del mal sale incluso reforzado del envite, al conseguir proyectar a la opinión pública que lo malo, por más que lo sea, tiene ventajas insospechadas, que luego casi siempre consigue “vender” como enormemente beneficiosas para el “interés general”.
Son los genuinos y auténticos vendedores de humo que, cada vez más, inundan nuestra frenética sociedad. Son los charlatanes de la perversa feria política de la grandilocuencia y las buenas intenciones, de esas que jamás llegan a convertirse en hechos palpables. Son los que pervierten la esencia misma de la política, así como la de las instituciones por las que transitan. Son los que siempre aborrecerán las normas, porque su hábitat está siempre, precisamente, en los bordes más externos de las mismas. La democracia es para ellos, exclusivamente, el instrumento ideal para la consecución de sus propios fines particulares.
Su gran peligro, su mayor peligro para los ciudadanos de buena fe, es que utilizan el tono suave y melifluo, la permanente adulación, el disfraz idóneo.
Con todos esos ingredientes, la democracia interna de cualquier partido, cualquiera que sea su fuerza y tradición, estará permanentemente amenazada, porque esos elementos se pegan al poder como las lapas a la roca, y jamás escatiman medios, ni cabezas, con tal de mantenerse en la cresta de la ola.