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miércoles, 26 de enero de 2011

El nuevo socialismo y el compromiso de no tirar la toalla. ¿Para que sirve un partido de izquierdas?

Articulo escrito por Carlos Carnicero que nos ha parecido oportuno reproducir después de las vacaciones de Navidad y año año nuevo.



El nuevo socialismo y el compromiso de no tirar la toalla. ¿Para que sirve un partido de izquierdas?

Los datos y las cifras son demoledoras. El PSM, Partido Socialista de Madrid, no llega a los dieciocho mil militantes. Recordemos que en la Comunidad de Madrid viven más de seis millones de habitantes. En realidad quizá haya demasiados para el equilibrio que desean muchos secretarios de organización de agrupaciones.

La agrupación de Mostotes sigue sin constituirse después de casi dos años de suspensión. Los excesos de unos pocos que ya no están tienen castigados a jóvenes entusiastas y a veteranos gloriosos.

Un puñado de militantes jóvenes y mayores se partieron el pecho en las ya lejanas elecciones primarias. Pusieron al día sus cotas con sacrificios económicos y consiguieron que se les reconociera el derecho a votar. Pero lamentablemente en esa ciudad de la comunidad de Madrid, la segunda con más habitantes después de la capital, ganó Trinidad Jiménez con un sesenta y seis frente a un treinta y tres por ciento de Tomás Gómez. El castigo impuesto por el ganador es que sigue sin contar con una agrupación reconstruida y con una candidatura para las elecciones municipales.
¿Alguien con sentido común piensa que Tomás Gómez tiene la más remota posibilidad de ganar sin tener organización en una ciudad de más de doscientos mil habitantes?

El partido, en muchos casos, se ha constituido en un refugio de mediocres que hacen de la práctica de un leninismo con tintes falsos de modernidad su propio reino de taifas. Filtrar que no puedan entras nuevos militantes, salvo que sean incondicionales al cacique local, es el método de decrecimiento de un sectarismo que acabará por ser minimalista.

En definitiva la única posibilidad de participación que se le brinda a un militante es la de ser sumiso. Los directivos rezan para que no tengan iniciativas, porque el control y el monopolio de la secta puede perderse en el momento en que se permita pensar por uno mismo y actuar en consecuencia. Y al próximo se le perdona hasta una condena penal. Es el caso de la número dos de Madrid, condenada por prevaricación, a la que se le permite seguir en su puesto, salvo en lo que la condena lo hace imposible. Se invoca que no se enriqueció para limitar sus responsabilidades políticas y penales. Es cierto que es mejor que su prevaricación no fuera con ánimo de lucro, pero dictar una sentencia a sabiendas de que es injusta debiera ser en sí mismo intolerable en un universo auténticamente socialistas, salvo que las afinidades con el jefe motiven su protección. ¿Y ahora, cómo se le exigen responsabilidades políticas al PP desde quien no está dispuesto a que los suyos las asuman? Todo es un equilibrio para consolidar el poder interno que es lo que de verdad cuenta sobre todo en un vertigo hacia la catástrofe cómo el que nos encontramos.

Hubo un tiempo en que se ponía como modelo de partido socialista al austriaco. En época de Bruno Kresky se presumía de que los militantes socialistas entraban en contacto directo al menos una vez al año con todos y cada uno de los electores austriacos. Era una organización poderosa que estaba volcada en la tarea política exterior.
El compromiso político, la militancia, tiene una esencia basada en la pedagogía política, en la ejemplarización de sus conductas y en la implicación en los movimiento sociales para conseguir una participación masiva en todos los actos encaminados a la transformación de la sociedad en más igualitaria. Eso requiere que la organización esculpa sus objetivos hacia el exterior, hacia la conquista de la sociedad.

Ahora el socialismo español tiene el mal endémico del control interno. No importa lo que ocurra de puertas afuera. Lo importante es lo que ocurra de puertas a dentro. ¿De verdad un secretario general en la oposición necesita coche oficial del partido con chófer. No puede llegar conduciendo su propio coche, como el noventa y nueve por ciento de los ciudadanos?

A partir de ahí, la profesionalización de la política promueve que el atrincheramiento en el cargo sea mucho más importante que la transformación de la sociedad e incluso que el objetivo de ganar las elecciones.

Nada puede cambiar sin una transformación profunda de los partidos. En primer lugar con mandatos acotados en el tiempo que impidan la profesionalización de los dirigentes y la burocratización de los cuadros medios. En segundo lugar, las listas para las comisiones ejecutivas tienen que ser abiertas y los mandatos de los electores hacia sus representantes tienen que tener un cierto contenido imperativo, para que la cooptación sea mucho más difícil. No es posible democracia verdadera con la cesarización con la que ejecutan sus políticas quienes alcanzan la cima de la pirámide. Y ahora, además, con la tentación de una demoscracia o democracia demoscópica, los líderes se sienten legitimados para nombrar directamente a los candidato en función de sus supuestas posibilidades de ganar. “lo dicen las encuestas” es un argumento definitivo que acalla la voz de los militantes. Todo es instantáneo y sin poso.
¿Puede un secretario general o un presidente de Gobierno cambiar el programa electoral sin contar con los órganos legítimos del partido.?
Es increíble que los partidos de izquierdas no estén en la vanguardia de las nuevas tecnologías puestas al servicio de sus militantes para que puedan actuar con más eficacia en la sociedad.

Cada militante tiene que tener una responsabilidad política directa y efectiva. Y su condición de militante activo le debiera obligar a dedicar una parte de su tiempo de manera incondicional y gratuita para la labor de pedagogía social.

Estos enunciados que en el pasado llegaron a estar vigentes no tienen que ver con el nivel de gastos y en muchos casos de sueldos de los dirigentes políticos. La mediocridad de muchos de ellos promueve que la política sea un refugio para evitar la lucha en el trabajo de la vida civil.

El suicidio es una práctica desesperada. Y para muchos de los dirigentes que se resisten a marcharse a trabajar en la vida civil, la derrota es el único vehiculo de una catarsis imprescindible. Por eso ante un descalabro, muchos dirigentes prefieren la desafección a la indignación.

El compromiso político tiene que llevar a exigir responsabilidades y a desde la tragedia que se avecina, un nuevo partido con adaptación a las tecnologías modernas, se construya desde la democracia interna y desde el objetivo de que cada militante sea un activista exterior en vez de un conspirador interno.

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